El topónimo Priorat está vinculado al concepto de vino desde hace siglos. La suma de un suelo, un clima, una orografía y el trabajo de hombres y mujeres que lo han elaborado siguiendo las técnicas de una tradición milenaria con la ayuda, hoy en día, de una tecnología adaptada a los requisitos de la calidad, han propiciado un producto auténtico, exclusivo: el vino del Priorat.
La Cartoixa d'Scala Dei representa la cuna histórica de los vinos y la viticultura de la Denominación de Origen Calificada Priorat. Los monjes cartujos trajeron desde la Provenza, en el siglo XII, los conocimientos y las técnicas para desarrollar una viticultura que arraigó con fuerza y ha evolucionado a lo largo de los siglos. Los dominios de la Cartuja configuraron el llamado Priorat histórico, que hoy coincide con la región vitivinícola de la DOCa Priorat.
La narración explica como el rey Alfonso I el Casto envió a dos caballeros a recorrer el país para localizar un sitio idóneo para que la orden de los cartujos, procedentes de la Provenza, se instalase en Catalunya. Una vez llegados a los pies de Montsant les llamó la atención la singular belleza del lugar y preguntaron a un pastor sobre el enclave. Además de informarles, el pastor les relató un suceso sobrenatural que acontecía desde hacía tiempo en el corazón de aquel valle: en el pino más alto aparecía una escalera por donde subían y descendían los ángeles.
El pretexto estuvo servido, los caballeros lo comunicaron al rey, quien ofreció aquel lugar a la orden. Los cartujos, establecidos en 1194, levantaron el altar del templo dedicado a Santa María en el punto donde se encontraba el árbol de la leyenda. La historia dio nombre al monasterio y a la vez ha generado una iconografía fuertemente arraigada en el territorio.
Los cartujos de Scala Dei iban vestidos de lana blanca, con capuchón que les cubría la cabeza rapada. Cultivaron la vid y elaboraron el vino en la Cartuja, siguiendo una escuela de trabajo y espiritualidad. Quizás el del Priorat es un vino místico.
Hoy, los restos de la cartuja proporcionan un aire de misterio y seducen a los visitantes. Por encima de estas ruinas, diferentes capas geológicas se superponen hasta la cima de la sierra, jugando con una paleta de colores variados, desde el gris, el ocre y el amarillo hasta el marrón y el rojo, formando esa escalera mística que alcanza el azul del cielo y el blanco de los ángeles en las nubes.
Desde hace casi 1.000 años, nueve pequeños pueblos han crecido escondidos entre las pendientes de pizarra que se dispersan a los pies de la sierra de Montsant. Sus habitantes, viticultores desde siempre, modelaron el terruño con márgenes. Tras la Ley de Desamortización de Mendizábal (1835), gracias a un gran esfuerzo y al creciente desarrollo de la viña, los viticultores reencontraron su dignidad. Este profundo cambio ha generado una cultura extraordinaria, fuente de prestigio para este país. Entre otros ejemplos, la cultura de la vid ha perdurado entre los habitantes de este territorio, y hay testimonios históricos tan antiguos como el capítulo "Como plantar viña en Scala Dei", del "Libro de los Vasallos" del siglo XVII, o el texto anónimo "Manual de viticultura de Porrera del siglo XVIII", que reflejan la sabiduría de los hombres en convivencia con la naturaleza.
Desafortunadamente, las épocas de harmonía y crecimiento son cíclicas y a menudo acaban en cataclismos. De hecho, en la historia de la agricultura y la vid europea, existe un antes y un después de la plaga de la Filoxera. En el Priorat también supuso una catástrofe a finales del siglo XIX y principios del XX, ya que en esta época la explosión de la indústria téxtil en Cataluña arrastró toda la mano de obra hacia las ciudades, y no se replantaron nuevas cepas, excepto en una proporción mínima que, afortunadamente, es la que ha perdurado hasta nuestros días.
Gracias a la generación de agricultores que actualmente tienen entre 70 y 80 años, quienes se han mantenido en el terruño y han seguido con la tradición agrícola, se ha conservado la cultura vitivinícola en el Priorat.
En décadas recientes se pudo intervenir en un paisaje preservado, complejo, rico y de un formidable potencial. Fue, pues, a finales de la década de 1980 cuando se inició un nuevo ciclo de prosperidad, que conjugava sabiduría, paisaje y tradición con un nuevo espíritu emprendedor que tenía como objetivo la recuperación de la calidad y el prestigio como premisa máxima.
La rehabilitación de la vid se realizó lentamente, con la certeza de que debía arraigarse en la memoria del terruño. En una curiosa mezcla que asocia la evolución de una cultura tradicional con vestigios agrarios del pasado y una naturaleza exuberante con una replantación respetuosa y eficiente.